Cuántas veces hemos estado durante un
entrenamiento observando a uno de nuestros jugadores y hemos pensado: “con
lo bien que lo hace todo, ¿por qué a la hora de la verdad no aporta tanto
como debería?”, “¿por qué, con las condiciones que tiene, no es el mejor
jugador del equipo?”, “¿cómo es que no termina de explotar?”.
He intentado responder esas preguntas
haciéndomelas sobre distintos jugadores. Gente que por condiciones
físicas, técnica o inteligencia, deberían jugar mucho mejor pero en cambio
no conseguimos que despunten y se muestran como jugadores del montón. ¡Y
nosotros que esperábamos que fuesen los líderes de nuestros equipos!. Lo
que he podido ver en este tiempo es que todos ellos tenían un denominador
común: la fragilidad de carácter. No eran verdaderos ganadores.
Porque los ganadores son distintos. Son
mejores, claro, pero además hay pequeños detalles que los distinguen. Se
mueven de una manera diferente, actúan diferente, incluso sonríen
diferente. Pero hay algo que les delata: miran diferente. Los auténticos
ganadores tienen una mirada desafiante, intimidadora. Una mirada que
demuestra la confianza que tienen en sí mismos, que transmite confianza a
sus compañeros y causa inseguridad a los contrarios. Y esa mirada es el
reflejo de una voluntad y una concentración superiores a las de los demás.
En los primeros años de práctica deportiva intento darle
mucha importancia al aspecto psicológico del jugador. En este sentido
intento que vayan adquiriendo un carácter luchador, que no se relajen, que
no regalen nada. Quiero que estén muy concentrados en lo que hacen y que
piensen sólo en dar lo mejor de sí mismos. Menos no nos vale. Es un niño
que quiere jugar y divertirse, por supuesto, pero por naturaleza también
quieren aprender, competir... quieren ser mejores que el compañero. Si
hacemos la prueba y le damos un balón a dos niños, ¿qué harán?.
Seguramente no empiecen a darse pases o a tirar a canasta sin más, sino
que jugarán el uno contra el otro. Ese instinto de superarse a sí mismo y
al compañero es el que trato de fomentar.
En cada entreno hay decenas de ocasiones en las que un
jugador debe demostrar si es competitivo de verdad, si tiene ese “carácter
de ganador”: un balón rodando, un balance defensivo al que seguramente no
llegue, un contraataque claro que sus compañeros podrían resolver sin
él... Esos momentos son oportunidades que intento aprovechar para
mostrarles a los jugadores qué es lo que espero de ellos. El nivel de
exigencia es máximo en cada entreno, desde el primer minuto hasta el
último.
Pueden no ser demasiado rápidos, que físicamente no sean
dominantes, que técnicamente no sean los mejores... Sólo hay una cosa que
les exijo a mis jugadores: esfuerzo máximo. Quiero que me den el 100% de
lo que llevan dentro. Tengan el nivel que tengan. Sólo así lograremos ir
convirtiéndolos en ganadores. Hay que intentarlo. Hay que conseguirlo.
Que nuestros jugadores miren diferente.
Jesús Pérez-Castilla
Noviembre de 2005 |